Cuando éramos pequeños llegábamos a esa casa con un olor tan peculiar e inconfundible, en la que lo pensábamos unos segundos para acercarnos y saludar a sus dueños, porque nos hacían dudar sus facciones tan serias; la mirada que nos hacía saber que las figuritas de porcelana en la vitrina no se tocaban, aquellos que tenían el poder de regañar a los que nos regañaban a nosotros, los que hacían que nuestras mejillas se enrojecieran con sus mimos y los de esas cabecitas blancas tan ajenas a la nuestra llena de color.
Pero esa duda se desaparecía al instante con el primer beso de la abuela y el abuelo, que, aunque fueran los más rudos del mundo, con nuestro abrazo se deshacían en mimos para nosotros, nos daban dulces, que en casa no siempre comíamos, una que otra moneda o billete a escondidas de la mirada de los papás, juguetes que se morían por regalarnos y las grandes historias y consejos que -aunque antes no tomábamos muy en serio- ahora decimos: “¡Que razón tenían!”
Todos esas fiestas, comidas y cumpleaños en la casa de los abuelos son irrepetibles, las fotos son nuestro mejor aliado para resguardar esas memorias y es por eso que queremos hacerles un pequeño homenaje a nuestros gurús de vida, a nuestros abuelitos y abuelitas salmantinas en su día. ¡Muchas gracias!